viernes, 1 de abril de 2011

Los choferes también tiene corazón

“¿Qué hará el día de hoy joven?” pregunta a rajatabla el chofer del taxi, la mirada inquisidora me sorprende. Por un momento quedo desconcertado, no tengo idea de lo que el conductor me dice, momentos antes había salido de mi casa sin recordar que hoy era el gran día, el día de los enamorados... San Valentín.
Bajo del auto en la entrada del túnel, inmediatamente distingo la diferencia entre una mañana común y el día del amor y la amistad. Ya en el metro, los enamorados compraban con desesperación rosas de nylon, barras de chocolate y hasta discos piratas. En las caras se dibuja la desesperación de lo inevitable: poco dinero y menos idea de lo que se quiere regalar.
Las horas pasan, lo gritos de lo vendedores aumentan, la paletas de chocolate forradas de rojo se derriten en lo pasillos de la estaciones. A la salida del metro Ciudad Universitaria, las cosas cambian, a las flores se les agregan calcomanías con imágenes de pumas, para un buen amor universitario. Los más osados se atreven a comprar boxers o tangas y los de más pudientes una gorra o sudadera, eso si, azul y oro, el comercio no discrimina.
De camino a la Facultad, las cosas no cambian demasiado, los enamorados exhiben sin pudor las rosas artificiales y ante todo su amor de estudiante.
En los autos se puede ver también ver el derroche de miel. Los globos metálicos salen por las ventanillas mientras los arreglos florales se marchitan dolorosamente en el interior de los invernaderos con ruedas. Hace calor, quizás sea cosa del amor que la humanidad derrama hoy, o tal vez solo sea el cambio climático.
En el turno matutino muestran los alumnos sus mejores ropitas y mejores sonrisas. Llega la tarde, quizá sea cosa del ambiente o del clima o simplemente de la noche, pero en el turno vespertino las cosas cambian. Las rosas pintadas de azul dejan de ser "un motivo" y los enamorados son menos (o tal vez se esconden mejor), parece un día como cualquier otro, aunque no falta uno que otro despistado(a) que regala un dulce o un abrazo cuasi a escondidas.
La noche invade la escuela, las clases se vuelven infinitas al anochecer, los estudiantes salen de sus aulas, algunos amantes furtivos se esconden en los rincones de la escuela ocultándose de miradas maliciosas, otros más brindan con bebidas espirituosas en las banquitas en honor del amor o del desamor, según sea el caso.
Ya en el metro, la ley de la oferta y la demanda ha hecho su trabajo, los precios han caido sin remedio y los vendedores entran a los vagones reflejando en el rostro el fastidio del fin de la jornada y la resignación que se terminó el negocio.
Un vendedor en el andén guarda la mercancía durante otro año más, "Las rosas de plástico duran lo que un diamante" me dice un vendedor de veinte años de nombre Alberto cuando le pregunto sobre el destino de los productos no vendidos.
Parece que al bajar del metro el hechizo terminará, son alrededor de las once de la noche, no hay ya demasiada gente en el metro, y sin embargo, al salir a la calle la historia cambia.
Me acerco al sitio de taxis y me sorprendo. No hay taxis ni transporte alguno a la salida del metro. Espero junto con una veintena de personas que un taxista se apiade de nosotros.
De pronto un microbús con el radio a todo volumen se detiene frente a todos y mientras nos mira con una enorme sonrisa que comparte con la chica que lo acompaña nos grita: “¡Orale, súbanse rápido, nomás pa que no digan que no tengo corazón!”

Bach. El amado Dios de la música

 

"Es el amado dios de la música, a quien todos los compositores

deberían elevar una oración antes de ponerse a trabajar."

CL. Debussy

 

Alemania, Leipzig Agosto 28 de 1750.

Miro hacía el infinito, nada distingo, todo lo veo, miro la inmensidad de la nada y sin embargo puedo ver la prontitud de lo grandioso.

Y recuerdo… recuerdo la vida, recuerdo la noche, recuerdo la espera, recuerdo el espacio, que extraña sensación de intimidad...

¿Qué sucede afuera?, escucho el tumulto de los sonidos del día, distingo los patrones de las pisadas, puedo diferenciar a Anna y a mis hijos por su tono de voz, su pisada en la madera, sus pausas, su composición, se quién es cada uno y también se que me miran con dolor y aunque no pueda ver nada… lo se.

Me duele un poco la espalda, tengo el estómago revuelto, el aceite de almendras me sienta cada vez peor, creo que por fin el doctor Thaylor ha encontrado alguien con quién experimentar...solo lamento la tristeza de Anna mientras sigo escuchando todo a mi alrededor...

Qué extraño... de pronto puedo distinguir nuevamente. Veo ese campo nevado de mi niñez, cuando ese hermoso perro corría en derredor, y el campo era más que verde y los sonidos del viento todo lo rodeaban, creo que veo a mi padre, aunque su rostro es borroso, distingo claramente su voz, su dura y deliciosa voz...

Él me toma de la mano, entramos en casa. Una voz femenina suena detrás de mi, mi mirada que en ese momento se encuentra fija en las llamas de fogón. El solo hecho de sentir esas vibraciones tan delicadas, hacen que voltee con una sonrisa en el rostro.

Sucede nuevamente, la casa se aleja. Ahora veo a un niño que ríe mientras abraza a su madre... Lo veo todo, hay un hombre parado junto a ellos...me sigo alejando y siento que mi alma se comprime, mientras la lejanía y el compás del viento que me rodea me tranquiliza.

Anna Magdalena, llora nuevamente, distingo su respiración entrecortada, Cristhian, se ha retirado de la habitación, he dejado de percibir su aguda respiración, casi como una cuerda de violín que se rompe... tengo ganas de dormir, tengo ganas de soñar y dejarme envolver nuevamente por ese sopor que me calma y me pacifica.

El sonido lo llena todo, un hermosos órgano suena , mis hermanos lloran, la gente platica como si no importara nada, siento que mi cabeza estalla, y lloro, lloro sin pudor y sin recato, porque se que es el comienzo de algo que no podré detener. Se que nunca más la veré, que nunca más escucharé sus pasos, su andar ni su respiración... y lloró...mientras esa música tan triste, todo lo rodea.

María Bárbara está en la habitación, si, de eso estoy seguro, no la veo, pero puedo escuchar sus pensamientos...como cuando por primera vez pude escucharla, me miraba, ella era tímida, pero su voz era tan cálida como un verano en el campo...luego nuestros silencios...como preludios de una entrada hermosa, como una alabanza a Dios...y luego más silencios entre nosotros, hasta que era tan insoportable la tensión que de pronto empezamos a escucharnos, hablamos sin abrir nuestras bocas...y después todo se fundía en una sola nota...como si Dios mismo nos hubiera fusionado, escrito, esperado...como si siempre hubiese querido que nos uniéramos, como una fuga, como un contrapunto...como uno solo.

Creo que algo pasa, Thaylor está inquieto, se acerca a mi... me duelen ahora los oídos, mis ojos están abiertos, siento la fría mano del médico en mi rostro...algo hace, abre mis parpados, distingo una borrosa forma frente a mi...algo dice en su ingles con pronunciar arrastrado, no importa mucho de cualquier manera. Hasta este momento me percato que no había viso nada con estos cansados ojos desde hace semanas, solo un blanco interminable me rodea...aunque en realidad no creo que me haya hecho mucha falta. Lo único que lamento es que tantas notas en mi cabeza quizás nunca puedan plasmarse en papel y que mis hijos no podrán escucharlas como yo a cada momento.

Abro los ojos, me siento tranquilo, sin duda algo habrá pasado, ese médico ingles hizo un buen trabajo, puedo ver el techo de mi habitación claramente, mi querida esposa está abajo cocinando, percibo el ruido del horno y los trastos… quizás sean las ocho por la mañana, aun distingo a los pájaros y su trinar enardecido, hay algo extraño en mi, he dejado de ver mis notas, todo dentro de mi… es silencio, ¡Si!... ahora los sonidos que me acompañan no están dentro, ahora todos están fuera de mi...pero no me sienta nada mal, creo que ahora podré terminar ese coro que tanto he traído dentro...

Cierro mis ojos, mi cuerpo está relajado, la luz invade nuevamente mi entorno, vuelven las notas, los sonidos... el contrapunto, el órgano el clavicémbalo, los coros, el violín, la flauta, la viola da gamba...todo suena con deliciosa armonía, sin parar… ¡Qué feliz me siento!, es una obra, una obra maestra, los tonos suben...Dios mío, es una fuga a ocho… ¡No!... es una fuga a diez voces...Dios mío...es perfección, es todo, es creación, es origen, es Dios. Y simplemente me dejo llevar por todo...

Johann Sebastian Bach (1685-1750), compositor alemán que nace y muere en Alemania. Considerado como el más grande genio musical, no tanto por el número de sus obras, si no más bien por la complejidad de las mismas, algunos estudios demuestran que existe una precisión matemática en sus elaboradas piezas. Bach comenzó a quedarse ciego el último año de su vida, y murió el 28 de julio de 1750, después de someterse a una fallida operación ocular realizada por el médico ingles Thaylor que años después operaría a Handel, con resultados similares.